¿Por qué no lo hice antes?

La claridad llega después del primer paso

 

Ha sido una semana intensa, bonita, de cierre de un programa muy especial en Madrid, mucho trabajo bien invertido y un fin de semana excepcional.

Entre sesiones y conversaciones, apenas me ha quedado tiempo para escribir, pero justamente en medio de esa vorágine apareció una reflexión que quiero compartir contigo, sobre esas decisiones que nos cuesta tomar.

Hay decisiones que nos resultan difíciles porque nos activan dudas, miedos o resistencias internas. A veces las pospones con la esperanza de que el contexto cambie, las disfrazas de “seguro que no es tan grave” o te repites que “ya habrá un mejor momento”. Son mecanismos comprensibles, porque buscas protegerte de lo incierto, evitar el conflicto o reducir el impacto emocional de aquello que preferirías no mirar de frente. Pero, aunque lo maquilles, la verdad continúa ahí.

Y lo cierto es que, en el fondo, sueles saber antes de decidir. Sabes qué tema necesita atención, qué límite debes poner o qué paso te está pidiendo coherencia. Ignorarlo no elimina la incomodidad; al contrario, la amplifica silenciosamente. Cada día que evitas la decisión, la sensación de pendiente crece un poco más. 

Cómo detectar que estás aplazando una decisión inevitable

Aplazar una decisión no siempre se percibe como tal. A menudo se camufla entre excusas razonables, listas de tareas urgentes o argumentos que parecen lógicos.

Pero cuando una decisión es inevitable —porque afecta a tu bienestar, tu coherencia o tu progreso— comienzan a aparecer señales claras de que estás evitando afrontarla.

1

Repetición mental constante

La decisión vuelve a tu cabeza una y otra vez, especialmente en momentos de calma.

Si un tema te acompaña de fondo durante días o semanas, es un indicio de que pide atención.

2

Excusas que se repiten

Empiezas a justificarte con frases del tipo “ya lo pensaré”, “ahora no es buen momento” o “cuando esté más tranquila lo haré”.

La recurrencia de estas excusas revela resistencia, no falta de tiempo.

3

Incomodidad creciente

Evitar la decisión no trae alivio; al contrario, genera tensión, cansancio mental o incluso irritabilidad.

La incomodidad se intensifica cuanto más la retrasas.

4

Falta de acción pese a tener claridad

Sabes qué deberías hacer y tienes la información suficiente, pero sigues sin moverte.

Esa brecha entre claridad y acción es una señal inequívoca de aplazamiento.

Reconocer estas señales no resuelve la decisión, pero sí abre la puerta a afrontarla.

Y, casi siempre, el primer paso reduce más peso del que imaginabas.

Cuando por fin das el paso, sabes que debes pasar por una fase algo incómoda. No tanto por la dificultad real de la decisión, sino por todo lo que has construido mentalmente alrededor de ella: temores, excusas, imaginar escenarios … La transición se vuelve más pesada por lo que te cuentas, que por lo que realmente sucede.

Y es curioso cómo, una vez tomada la decisión, casi siempre aparece la misma frase: “ojalá lo hubiese hecho antes”.

Por ello, sí, las decisiones importantes se deben meditar.

Pero cuando ya sabes cuál es la correcta, cuando la intuición y la razón apuntan en la misma dirección, actúa.

No te autoengañes prolongando lo inevitable.

La claridad rara vez llega antes de moverte… la claridad llega después del primer paso.

Si hay algo que llevas tiempo posponiendo,

este es el momento de escucharte.

Da el paso.

Aunque sea pequeño.

Aunque dé respeto.

Porque después te arrepentirás de no haberlo hecho antes.

Gracias por leerme un día más, hoy te dejo «good day» para desearte una feliz semana

.