Vuelta a la normalidad, se respira un ambiente típico de septiembre. Vuelta al trabajo, volver a organizarme, a planificar con cuidado, comprobar que las reservas de billetes de AVE me cuadran con los horarios, otra vez el email vuelve a estar muy activo, empiezan las urgencias, solicitudes de propuestas para nuevos proyectos –eso me encanta-, y volver a actualizar mi lista de “to do’s” que se va alargando por momentos…
Tiempo también para la vida fuera del trabajo. Quedar con alguien, pasarlo bien y no publicarlo en redes sociales… algo poco corriente, comentamos, no sentir la necesidad de hacer una fotografía y colgarla, sencillamente poder charlar y reír un ratito con tranquilidad. Y es que el mundo de las redes sociales es curioso, solo hace falta dar una mirada para ver las distintas formas que tiene la gente de utilizarlas. A mí, por ejemplo, me gusta compartir mi actividad profesional -artículos, publicaciones, actividades-, pero no suelo compartir lo que hago en mi vida personal… yo soy un poco ‘bicho raro’ en relación a la mayoría, que es más proclive a compartir temas personales, tal y como se puede comprobar fácilmente: lo general son fotos de vacaciones, cenas, copas y salidas. Me hizo gracia, el otro día, leer que “el 95% de los españoles son millonarios, según Instagram”, y el titular se basaba en la cantidad de imágenes de lugares idílicos, maravillosos y caros que se publican en esa red todos los días.

Y hablando de compartir en redes, precisamente, esta semana me ha llegado por distintas vías el mismo artículo, “La sociedad del sándwich mixto: por qué los mediocres dominan el mundo”, y es que parece que a muchos de mis amigos y colegas les ha encantado el artículo. Ciertamente, parece que vivimos en un mundo en el que domina lo mediocre: todo aquello que destaca por no ser ni demasiado malo ni demasiado brillante.
El artículo se publicó porque esta semana ha llegado a España el libro “Mediocracia, cuando los mediocres llegan al poder” (Ed. Turner), del profesor Alain Deneault, filósofo y profesor de Sociología en la Universidad de Québec. El profesor Deneault compara la mediocridad con un sándwich: “piense en un sándwich mixto. Visualice el mejor sándwich mixto posible, con su jamón caliente, su queso fundido, su pan tostado… ¿Es la mejor comida del mundo? Desde luego que no. ¿Es la peor? Seguro que tampoco. A nadie le disgusta un sándwich mixto pero difícilmente alguien lo elegiría para el menú de su boda o como última cena en el corredor de la muerte. No es un plato brillante, pero para salir del paso nunca está mal; cumple su función. «Perdone, la cocina ya ha cerrado, pero si quiere le podemos hacer un sándwich mixto».
Podríamos decir que el sándwich mixto es un plato sencillamente mediocre. No malo, ojo, me-dio-cre. Es decir, «de calidad media», según estricta definición de la RAE. «De poco mérito». Vamos, del montón.”
Es una comparación curiosa. Lo resume de forma contundente en un párrafo que me hace pensar:

«VIVIMOS UN ORDEN EN EL QUE LA MEDIA HA DEJADO DE SER UNA SÍNTESIS ABSTRACTA QUE NOS PERMITE ENTENDER EL ESTADO DE LAS COSAS Y HA PASADO A SER EL ESTÁNDAR IMPUESTO QUE ESTAMOS OBLIGADOS A ACATAR».

Hacer lo que hacen todos. No podría estar más de acuerdo con él. Lo he escrito en otras ocasiones, parece que las personas nos sentimos forzadas a actuar de un determinado modo, impulsadas a mimetizarnos con los demás para no desentonar. Es algo que viene inducido de un modo muy sutil, pero muy potente. El problema de ello es que nos quita capacidad de valorar lo que sucede a nuestro alrededor, nos hace esquivar el hacer valoraciones, el posicionarnos y el mostrar lo que es diferente. Parece que lo que hace todo el mundo es lo que hay que hacer… En palabras de Alain Deneault:

“LA MEDIOCRACIA NOS ANIMA A AMODORRARNOS ANTES QUE A PENSAR, A VER COMO INEVITABLE LO QUE RESULTA INACEPTABLE Y COMO NECESARIO LO REPUGNANTE”

El artículo cita un ejemplo práctico que pone Deneault para entender este juego perverso, el ejemplo de un profesor. “El sistema no quiere a un maestro que no sepa ni usar la fotocopiadora, pero menos aún aceptará a un maestro que cuestione el programa educativo tratando de mejorar la media. Tampoco admitirá al empleado de una empresa que intente mostrar una pizca de moralidad en una compañía sometida a la presión de sus accionistas. Traslade el modelo a cualquier otra profesión y encontrará un panorama con profesores universitarios que en lugar de investigar rellenan formularios, periodistas que ocultan grandes escándalos para generar clics con noticias de consumo rápido, artistas tan revolucionarios como subvencionados y políticos de extremo centro. Ni rastro del orgullo por el trabajo bien hecho. «Por oportunismo o por temor a represalias estructurales, es difícil resistir la presión de la mediocridad”.
Ciertamente, un texto para pensar. ¿Por qué se extiende de esa manera la mediocridad?
¿Por qué es tan difícil que se tolere la diferencia?
Y, al leer el artículo, el contenido me hace pensar inevitablemente en Xavier Marcet, a quien admiro y cito en muchas ocasiones, y su libro “Esquivar la mediocridad”, donde realiza un profundo análisis de la mediocridad, que merece la pena leer. Marcet escribía hace ya tiempo sobre la mediocridad en las empresas, indicando que “una empresa es mediocre cuando las inercias pesan más que la ilusión por adaptarse a los contextos cambiantes. Cuando el futuro es simplemente una prórroga del pasado. El escepticismo militante de muchos directivos ante lo nuevo acaba normalmente en propuestas de valor continuistas, en innovaciones de ni fu ni fa, en soluciones a medio camino…”.
Vivimos en un sistema que está diseñado para funcionar con una cierta uniformidad, que espera que se cumpla una ‘media’, algo que hace bastante bien. Pero eso tiene su parte negativa: castiga lo nuevo, lo diferente, lo disruptivo.
Siempre lo hemos hecho así…

Todo ello me recuerda la frase más peligrosa: “siempre lo hemos hecho así”.
Damos por hecho que las cosas deben ser de una determinada manera por el simple hecho de que venimos haciéndolo así desde hace mucho tiempo. Solemos tener el hábito de repetir el modo de hacer las cosas. Por ello, es importante analizar la forma en que haces algunas acciones y, si se pueden mejorar, cambiarlas.
Tal vez porque mi trabajo pasa por cuestionarnos lo que hacemos, por hacernos preguntas, por buscar qué es lo que podemos hacer mejor, creo en la importancia de cambiar, de crecer y de arriesgar.
Como dice Xavier Marcet: “Respeto por los que arriesgan en sus proyectos, arriesgan de su bolsillo o arriesgan sus trayectorias. Necesitamos una sociedad que respete más a los que arriesgan y que ignore mucho más a los mediocres que solamente saben bloquear y destruir.”
Arriesgar no es cómodo, pero es necesario.
El gran error es creer que las cosas se van a mantener siempre como están ahora.
Porque el ‘siempre lo hemos hecho así’ no es argumento suficiente.
Hay que hacerse preguntas, nuevas preguntas, difícilmente estaremos siempre ante verdades absolutas y porque debemos ser conscientes de que, aunque algo lo haga todo el mundo, no lo convierte en correcto. Hacernos nuevas preguntas. Buscar respuestas. Y atrevernos a mejorar, nuestra vida y la de los demás.
Chained to the rhythm
Y la canción de hoy es de Katy Perry, su “Chained to the rhythm” le pone la banda sonora perfecta a este tema… no te pierdas la letra, no tiene desperdicio, porque si, estamos encadenados al ritmo que suena, más de lo que creemos…

Are we crazy?
Living our lives through a lens…
Artículo publicado en INED21