Aprender a soltar
Termina la primera semana de octubre. Han sido días intensos, dedicados a sesiones de mi programa, a preparar un nuevo proyecto y tiempo de planificación. Me siento satisfecha: ha sido maravilloso poder disponer, por fin, de espacio para pensar y proyectar futuro. Conseguir ese tiempo no ha sido fácil. Este curso he decidido dejar algunas asignaturas en la universidad porque mi agenda era demasiado intensa. Era una decisión que tenía que haber tomado antes, pero la iba posponiendo: me daba pena dejar asignaturas que he impartido durante años y me costaba romper con ello. Después de proponérmelo más de una vez, por fin este año he dado el paso. Me costó horrores… pero hoy, en este nuevo curso, haber dejado esas asignaturas ha supuesto liberar el tiempo que necesitaba para centrarme en cuestiones más estratégicas, algo que necesitaba.
¿Por qué me costó tanto dar el paso?
Creo que no soy la única a la que le sucede.
Cuando algo ya no encaja
Hay momentos de la vida —personales y profesionales— en los que recibes señales que te indican que algo ha cumplido su ciclo. A veces son claras: un proyecto que ya no te ilusiona, un rol que sientes que te limita, una etapa que se vuelve repetitiva o insoportable. Otras veces son silenciosas: una sensación de incomodidad, de estar fuera de lugar, de no reconocerte en lo que haces.
Reconocer estas señales no siempre es fácil. Te cuesta aceptar que lo que un día fue importante ya no tiene el mismo sentido. Pero identificar ese momento es el primer paso para abrir nuevas posibilidades.
El peso invisible de lo que no sueltas
Aferrarte a mantener algo tiene un coste.
Es un peso invisible: ocupa espacio mental, emocional y creativo. Mantener proyectos por inercia, sostener expectativas ajenas o roles que ya no sientes como propios consume energía y te desgasta.
Pero te resistes a soltar. Por la inercia, por no decepcionar a nadie, porque crees que tienes que aguantar.
Soltar supone romper un hábito, algo a lo que estás acostumbrada. Es dejar atrás dinámicas, rutinas o roles que te resultan familiares, incluso cuando ya no te aportan. Soltar es un cambio. Y soltar da miedo. Da miedo porque implica adentrarte en algo nuevo.
Pero ese miedo no es señal de debilidad: es señal de que estás tocando algo importante. Soltar no significa restar, significa dejar espacio a lo nuevo.
Abrir espacio a lo nuevo
Cuando te atreves a soltar, ocurre algo casi mágico: se abre espacio.
Aparecen nuevas ideas, nuevas oportunidades, nuevos espacios, nuevas versiones de ti misma que antes no tenían lugar.
Cerrar etapas no implica borrar, sino dar a cada momento el lugar que le corresponde. Es recoger lo aprendido y, desde ahí, abrirse a lo que está por venir. Aunque el siguiente paso pueda parecer incierto, es ese movimiento el que te permite avanzar, transformarte y crecer.
A veces, avanzar no significa sumar más a lo que ya existe, sino liberar. Tener la valentía de cerrar etapas, de dejar ir lo que ya no encaja, de crear espacio para lo que está por venir.
Aprender a soltar es, en el fondo, un gesto de confianza. Confianza en ti misma, en tus procesos, en tu vida. No se trata de precipitarse, sino de reconocer cuándo algo ha llegado a su fin y dar ese paso con serenidad.
Quizás haya algo que ya sabes, en silencio, que necesitas soltar. Un rol, un proyecto, una expectativa.
Tal vez sea el momento de escucharte y dar espacio a lo que viene.
Cuando sueltas, dejas espacio para que lo nuevo pueda llegar…
y, a menudo, superan lo que imaginabas.
Gracias por leerme un día más, te dejo la canción que suena ahora mismo, mientras escribo para desearte una feliz semana
“Así es la vida”
.
Comentarios recientes