Blackout. Tres aprendizajes sobre resiliencia

Lección del apagón del 28 de abril

 

28 de abril, 12:33 h.
Sin previo aviso, todo el país quedó a oscuras.
En menos de 60 segundos, el mapa eléctrico se apagó: pantallas negras, trenes detenidos, ascensores bloqueados, semáforos muertos, comercios paralizados…

A mí, el apagón me pilló dentro de un tren de larga distancia, camino de Burgos —según mi hija, “tenías todos los números para que te tocara”, aunque yo prefiera pensar que fue simple azar-. Lo cierto es que muchos recordaremos qué estábamos haciendo exactamente ese día, a esa hora.

Un apagón masivo nos devolvió, por unas horas, a una realidad distinta: sin notificaciones, sin conexión, sin automatismos, sin control… al menos, sin el control al que estamos acostumbrados. Y aunque el corte no fue especialmente largo, sí fue profundamente disruptivo: nos mostró la fragilidad de nuestras infraestructuras y, más importante aún, la fragilidad de nuestra capacidad de respuesta cuando nos encontramos ante lo inesperado.

El blackout nos desconcertó, sí, pero también nos dejó entrever algo más profundo: la dificultad de mantener nuestra vida normal cuando lo habitual se desmorona. ¿Cómo reaccionamos cuando fallan los sistemas que organizan nuestra vida? ¿Qué recursos personales tenemos cuando se corta la energía… y con ella, la rutina?

De esa vivencia, creo que podemos extraer tres aprendizajes clave sobre resiliencia personal. No sólo en el sentido de “gestión de crisis”, sino como capacidad vital para adaptarnos a lo imprevisible y seguir cuando todo cambia.

 

  1. Preparación mental: el primer eslabón de la resiliencia

La primera reacción ante una disrupción es emocional: sorpresa, miedo, confusión, frustración. Es natural. Pero lo que distingue a una persona resiliente no es la ausencia de emociones, sino la existencia de marcos mentales que dan forma al caos.

¿Qué aprendimos el 28/4?

Que no estamos entrenados para lo inesperado. Que delegamos en la infraestructura (electricidad, conectividad, GPS, servidores) para hacer muchas cosas, incluso para pensar o decidir. La resiliencia empieza por desarrollar tolerancia a la incertidumbre: saber que no controlar todo no equivale a estar indefenso.

Propuesta práctica: Entrena tu mente en escenarios sin guion. ¿Cómo reaccionarías sin internet? ¿Sin móvil? ¿Sin saber cuánto durará la interrupción? El pensamiento en “plan B” no es paranoia: es higiene mental en tiempos volátiles.

 

  1. Habilidades básicas: cuando falla la interfaz digital

Una ciudad sin electricidad es también un experimento involuntario de desconexión física y operativa. El blackout mostró que muchas personas no tenían linternas, baterías externas ni estrategias mínimas para actuar sin tecnología. Pero más allá de los objetos, lo revelador fue otra cosa: la pérdida de habilidades analógicas.

¿Qué aprendimos?
Que la comodidad digital ha diluido funciones básicas: recordar números de teléfono, orientarnos sin mapas digitales, anotar información sin apps. Cuando desaparece la interfaz digital, necesitamos recursos que antes eran obvios… y hoy nos resultan casi exóticos.

Propuesta práctica
Haz una auditoría personal de tu autosuficiencia. ¿Tienes anotados los teléfonos clave? ¿Sabes comunicarte sin red? ¿Tienes un mínimo de recursos físicos en casa? La resiliencia también se mide en lo tangible.

 

  1. Red humana: el backup emocional más potente

En medio del apagón, surgieron gestos espontáneos de cooperación: compartir una linterna, orientar a alguien, calmar a quien se angustiaba. Porque cuando todo se apaga, lo que queda —si está— es la red humana.

¿Qué aprendimos?
Que la resiliencia personal no es sólo interna: también es relacional. Quienes tenían a alguien con quien hablar, pedir ayuda o colaborar, vivieron el apagón con menos ansiedad. Las conexiones humanas son necesarias.

Propuesta práctica
Cuida tus vínculos. Fortalece tus relaciones. En tiempos de crisis, la soledad es un factor de riesgo y la cooperación, una herramienta de supervivencia.

 

¿Qué hemos aprendido?

Podemos quejarnos de la incomodidad vivida el 28 de abril, o podemos aprender.

No fue el fin del mundo. Pero sí fue una alerta suave. Una pausa obligada que nos mostró cuán frágiles podemos ser… y cuánto necesitamos entrenar la resiliencia.

Porque ser resiliente significa saber cómo continuar cuando todo cambia de forma inesperada. Y para eso no basta con tecnología o protocolos: hacen falta mentalidad, habilidades y vínculos.

Será cuestión de recordar estos tres pilares esenciales:

mentalidad, ya sabes, ese depende de ti

habilidades, como mantener vivas ciertas competencias analógicas que creíamos olvidadas

y vínculos, siempre imprescindibles… mi gratitud a todas las personas que estuvisteis cerca en esos momentos y que os preocupasteis por mí. Es algo que no tiene precio.

 

Vivimos tiempos marcados por la inestabilidad: pandemias, crisis, eventos climáticos extremos, conflictos geopolíticos… Estamos atravesando, quizás, demasiados momentos “históricos” en muy poco tiempo. Por eso, más que nunca, necesitamos dejar un espacio para el aprendizaje que nos deja lo inesperado.

Ojalá no olvidemos estos tres pilares —mentalidad, habilidades y vínculos— para prepararnos para futuros apagones y también para otros cortes vitales que llegan sin avisar. Será cuestión de entrenar la resiliencia y que, al menos, sepamos cómo sostenernos cuando se apague lo que dábamos por garantizado.

 

Gracias por leerme un día más. Hoy te traigo una canción que se acaba de publicar para alegrarte el día y desearte una feliz semana.

 

 pero pa’ eso estamos tú y yo

 

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