El error más peligroso
En memoria de Concepción Arenal y su legado
Si me has leído otras veces, sabes que trabajo impartiendo programas directivos, mayoritariamente para mujeres. Mi trabajo consiste en acompañar a mujeres profesionales a crecer y ayudar a las organizaciones a que tengan una mayor diversidad, en todas las posiciones de su organigrama, no sólo en la base, sino también en los mandos intermedios y en las posiciones de mayor responsabilidad. Me siento orgullosa de mi trabajo y tengo un propósito que, estoy convencida, ayuda a hacer el mundo un poco mejor.
Hoy voy a mojarme. Te advierto de que tal vez hoy no te va a gustar lo que voy a decir en mi post, pero necesito hablar de una realidad que todavía existe en nuestra sociedad. Escuchar historias que todavía suceden hoy en día me hace entrar ganas de llorar. No vivimos en una sociedad igualitaria. No, para muchas mujeres la vida no es de color de rosa.
La realidad es que mi trabajo no está bien visto por algunas personas. Lo sé. En más de una ocasión han venido a mi encuentro para hacerme saber “lo mal que les parece mi trabajo”, porque no conciben que haya programas directivos sólo para mujeres. Su argumento es: “¿no queréis la igualdad? Pues si queréis la igualdad, en tu programa debería haber hombres y mujeres”.
Entiendo que trabajo en un ámbito polémico y controvertido. Por ello siempre les respondo que respeto que haya opiniones diferentes, pero lo que no puede haber es datos diferentes. Y los datos, las estadísticas oficiales, nos muestran que los puestos de responsabilidad y visibilidad en las organizaciones siguen estando ocupados por una mayoría enorme de hombres: según los rankings de Fortune 500 o de Harvard, en posiciones de CEO en las grandes empresas sólo hay un 10% de mujeres; según los datos públicos de los Premios Nobel, a lo largo de la historia sólo un 6% de los galardonados han sido mujeres… y podría seguir citando muchas más datos. El día que los datos nos muestren que no existe discriminación hacia las mujeres, podremos compartir programas con presencia equitativa de hombres y mujeres –nada me gustaría más–, pero mientras las cifras sean las que son, debemos seguir trabajando por un mundo más justo.
Esta semana he estado trabajando en Madrid con una organización de primer nivel en el programa de continuidad de liderazgo femenino. Mi gratitud a todas las grandes profesionales que estuvisteis en el programa. También esta semana hemos disfrutado de una nueva sesión de Generali For Women On Tour, esta vez en Madrid, y fue, una vez más, una experiencia transformadora. Estas iniciativas me reafirman: sí, los programas diseñados exclusivamente para mujeres siguen siendo necesarios.
Creer que ya vivimos en una situación de igualdad entre géneros es, lamentablemente, un error. Y no cualquier error, sino uno que reviste un riesgo particular. Porque hay errores que se ven venir, pero hay otros que, precisamente por su apariencia de verdad, se instalan silenciosamente en nuestra conciencia colectiva.
«El error es más peligroso cuanto mayor apariencia tiene de verdad.»
— Concepción Arenal
Frases con apariencia de verdad
Inspirada por Concepción Arenal, que nos invita a cuestionar los discursos que se presentan como verdades inofensivas, quiero compartir algunas frases que escuchamos con frecuencia y que, aunque suenan razonables, perpetúan sesgos profundamente arraigados:
«No hay que fijarse en el género, hay que elegir al mejor.»
Suena meritocrático, pero obvia que las mujeres han tenido menos oportunidades históricas de acceder a ciertos espacios, y que los méritos también se construyen en contextos desiguales.
Cuando en un grupo de elegidos como “los mejores” no hay diversidad, yo no dudo de que sean muy buenos, pero siempre pregunto “¿y no habréis olvidado a alguna persona en ese grupo?”.
«Yo no soy machista ni feminista, soy neutral.»
Esta frase, aunque suena equilibrada, en realidad encierra una confusión frecuente. El feminismo no es lo opuesto al machismo ni va contra nadie; feminismo significa igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres. Decir que se es «neutral» en un contexto donde todavía existe desigualdad no es una posición imparcial: es, en la práctica, una forma de sostener el desequilibrio existente.
«Si está en ese puesto es porque es guapa.»
Esta frase, que se escucha con más frecuencia de la que quisiéramos, parece una observación casual o incluso “halagadora”, pero en realidad es una forma muy sutil —y efectiva— de restar valor al mérito, la capacidad y el trabajo de una mujer. Lo que hace es reducir su éxito a una cualidad física, como si su presencia en un cargo de responsabilidad no respondiera a su talento, esfuerzo o trayectoria profesional, sino a su atractivo.
La trampa está en que esta frase nunca se dice de un hombre. A un hombre en un puesto de liderazgo se le presupone inteligencia, preparación, capacidad estratégica. A una mujer, en cambio, se le suele exigir demostrar constantemente que está ahí por razones legítimas. Cuando se lanza un comentario así, se está reforzando la idea de que las mujeres acceden a ciertos espacios no por lo que hacen, sino por cómo lucen, cosificando su presencia y deslegitimando su autoridad.
Además, este tipo de afirmaciones alimenta un entorno hostil, en el que las mujeres son evaluadas desde parámetros completamente distintos a los de sus compañeros hombres. Mientras ellos son valorados por su desempeño, ellas son constantemente observadas, cuestionadas o directamente encasilladas por su aspecto físico.
«Con todo este movimiento se exagera, ahora los hombres estamos discriminados»
De nuevo, es una frase que, aunque suena fundamentada, parte de una confusión común entre equidad y privilegio. Las medidas actuales no buscan invertir los roles ni quitar a los hombres derechos que ya tienen; busca que las mujeres accedan a los mismos derechos y oportunidades que ellos han tenido históricamente. Las medidas específicas —como ayudas, programas de liderazgo femenino o becas dirigidas a mujeres— son acciones de equidad: no son privilegios injustificados, sino mecanismos temporales y necesarios para corregir desigualdades estructurales que siguen vigentes.
Como siempre, yo respondo con datos a estas afirmaciones. Los datos son los que son: los hombres siguen ocupando la mayoría de los puestos de poder, visibilidad y decisión en todos los ámbitos: desde la política hasta la empresa, pasando por la ciencia, el deporte o la cultura. ¿Puede hablarse de discriminación cuando los hombres siguen siendo mayoría en casi todas las posiciones de liderazgo?
«Si te han ascendido es porque eres mujer.»
Esta frase es muy frecuente y es especialmente cruel.
Bajo la apariencia de simple observación o incluso de crítica al sistema, esconde una forma sutil pero dañina de desacreditar el mérito de una mujer. Detrás de esas palabras hay una suposición peligrosa: que las mujeres no acceden a puestos de responsabilidad por su talento, esfuerzo o experiencia, sino únicamente por ser mujeres y por políticas de “cuotas”.
Este tipo de afirmaciones perpetúan la idea de que las mujeres no merecen los espacios que ocupan, generando dudas tanto en ellas mismas como en su entorno. Se siembra la sospecha de que sus logros no son legítimos, lo que alimenta el síndrome de la impostora y refuerza un clima laboral desigual, donde constantemente tienen que demostrar más que sus compañeros para ser vistas como válidas.
En el fondo, esta afirmación refleja el miedo de algunos sectores a perder privilegios, y revela cuánto cuesta aún aceptar que las mujeres pueden —y deben— ocupar espacios de poder y liderazgo por derecho propio. No es un “favor” al género femenino, es justicia.
Como dijo Concepción Arenal:
“La sociedad no puede, en justicia, prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la mitad del género humano.”
Y tampoco puede permitir que se cuestionen sus logros, simplemente por ser mujeres.
Son sólo algunos ejemplos de frases que seguimos escuchando con frecuencia. Expresiones que, bajo una apariencia de sentido común, esconden creencias que perpetúan desigualdades. Son precisamente ese tipo de “errores con apariencia de verdad” que Concepción Arenal denunciaba hace más de un siglo, y que aún hoy se mantienen, camuflados de lógica, neutralidad o normalidad.
¿Quién fue Concepción Arenal?
Debo confesarte que yo no conocía quién era Concepción Arenal. Gracias a alguien a quien quiero mucho, descubrí el nombre de esta mujer . No la conocía y quizás tú tampoco. No es de extrañar: como ocurre con tantas mujeres clave de nuestra historia, su figura ha recibido escasa visibilidad. Pero una vez que comienzas a conocerla, es imposible no admirarla. Por ello, hoy quiero compartir un poco de su historia contigo.
Nacida en Ferrol en 1820, Arenal fue escritora, jurista, pensadora y activista social. Fue la primera mujer en asistir a la universidad en España, y lo hizo disfrazada de hombre para poder estudiar Derecho, en una época en que las mujeres tenían prohibido el acceso a la educación superior. Su vida estuvo marcada por una lucha incesante por la justicia, los derechos de los más vulnerables y, especialmente, los de la mujer. Murió en Vigo en 1893, dejando un legado que aún resuena en nuestro presente.
Entre sus múltiples logros destacan:
Fundadora del feminismo social español.
Autora del libro “La mujer del porvenir” (1869), donde denunció la ignorancia impuesta a las mujeres y defendió su derecho a una educación igualitaria.
Promotora de la educación femenina como base para la libertad.
Primera mujer nombrada Visitadora de Prisiones en España, con una profunda labor en la reforma penitenciaria.
Directora de La Voz de la Caridad, donde impulsó ideas humanistas y feministas.
Miembro de la Cruz Roja y participante activa en espacios de pensamiento progresista.
Su legado no es sólo histórico, sino también profundamente vigente. Ella denunció con valentía aquellos “errores con apariencia de verdad” que sostenían la desigualdad de su tiempo. Y nos enseñó algo crucial: lo peligroso no es solo lo que se dice abiertamente, sino lo que se da por supuesto sin cuestionamiento.
Hoy, en un mundo donde la igualdad aún no se ha alcanzado, donde discursos aparentemente razonables ocultan realidades injustas, la frase de Concepción Arenal cobra fuerza renovada.
Ojalá llegue el día en que no escuchemos ya estas frases sesgadas con apariencia inofensiva, que restan valor, invisibilizan el mérito y perpetúan desigualdades que aún hoy están muy presentes. Ojalá no tengamos que seguir explicando por qué ciertas expresiones no son neutras, por qué no basta con parecer igualitarios, y por qué el cambio requiere consciencia, valentía y compromiso.
Ojalá el mundo sea pronto tan equitativo como creen muchos —pero para que eso ocurra, no basta con desearlo: hace falta acción. Que cada uno de nosotros, desde nuestro trabajo, desde nuestras conversaciones, decisiones o silencios, ayudemos a mejorar esta situación. Porque las pequeñas transformaciones individuales son las que alimentan los grandes cambios colectivos. Y ese mundo más justo – sin frases que reduzcan, cuestionen o minimicen – lo construimos entre todos.
Hoy te traigo esta cover de «Heal the world» para darte las gracias por leerme, te deseo una semana maravillosa.
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