La educación debe ser un proceso de aprendizaje para la vida. Estoy convencida de ello y por este motivo, he escrito en otras ocasiones sobre la necesidad de aplicar en el ámbito de la educación todos los conocimientos científicos que se han desarrollado en los últimos años y que nos muestran otros caminos para mejorarla.
Si a nivel científico se consiguen avances importantes, resulta difícil entender que estos conocimientos no se trasladen al mundo real y sirvan para mejorar el mundo. Creo que la finalidad de las investigaciones no es simplemente la de estar publicadas en revistas científicas y ser comentadas por una determinada comunidad profesional, sino que deberían traspasar este ámbito y conseguir que se incorporen como nuevas formas de  mejorar la preparación de las personas para adaptarse y ser felices en este nuevo mundo líquido, que tan magistralmente nos expone el sociólogo Zygmunt Bauman.
De entre todo este universo de trabajos científicos que podrían tener impacto en la educación, hoy me gustaría resaltar la posibilidad que tenemos de modificar nuestros hábitos y nuestras creencias como herramienta muy poderosa para preparar a las personas para creer en sus objetivos, en sus sueños y luchar por alcanzarlos.
Después de demasiado tiempo intentando “bajar de las nubes” a toda aquella persona que se atreviera a soñar… creo que ya va siendo hora de educar en el estímulo. De ayudar a las personas a superar miedos y de impulsarlas a tener iniciativa activa en su vida.
El papel de las creencias
Vivimos controlados por nuestras creencias. Y es que las creencias son precisamente aquellas ideas que consideramos como una verdad incuestionable.
Nuestro cerebro está programado, tras siglos de evolución, para asegurar nuestra supervivencia. Como explica el Doctor en Biología Molecular Estanislao Bachrach “al cerebro no le importa que seas feliz, solo que sobrevivas”. El cerebro no reconoce realidad o fantasía, reconoce tus creencias y actúa en función de ellas.
Un ejemplo: durante muchos años se instauró la creencia de que no se podía correr 1 milla en menos de 4 minutos. De hecho, nadie lo había conseguido. Hasta que, en el año 1954, un estudiante de medicina en Oxford, Roger Bannister logró superar esta barrera y correr la milla en 3 minutos y 59 segundos. Lo curioso del caso es que el récord solo le duró 47 días. Cuando Bannister demostró que sí era posible correr la milla en menos de 4 minutos, empezaron a darse multitud de casos de atletas que superaron esa barrera psicológica.
Y es que el poder de las creencias es enorme.
Lo que nos muestra la neurociencia
La neurociencia ha realizado avances a niveles espectaculares. Como señala el Premio Nobel Enric R. Kandel  “la neurociencia ha hecho posible que se empiece a explorar la biología del potencial humano, que podamos entender qué nos hace como somos”.
Tras muchos años de ver el cerebro como algo fijo, hemos pasado a conocer la neuroplasticidad cerebral  a cualquier edad. No es que podamos cambiar todo aquello que nos propongamos de nuestro cerebro, pero sí mucho más de lo que se creía.
El miedo es uno de los grandes obstáculos -por no decir el gran obstáculo- que deben vencer las personas a la hora de perseguir sus objetivos. El miedo al fracaso, a pasarlo mal, al ridículo… es el mecanismo que frena la iniciativa personal. Pero la neurociencia nos muestra fórmulas para poder superar ese miedo y para poder conseguir lograr los objetivos que nos propongamos. Es necesario conseguir que las personas desarrollen en mayor medida su sentido de la iniciativa y se atrevan a emprender sus proyectos personales.
El cerebro es un órgano plástico y moldeable, lo comenté ya en mi artículo “Las emociones importan en educación” . Y no solo es plástico durante los primeros años de vida, muchos neurocientíficos creen que  la plasticidad se produce a cualquier edad.
El filósofo José Antonio Marina nos expone que “la adolescencia es una etapa privilegiada: el cerebro se rediseña por completo” y nos abre la puerta a aprovechar el talento adolescente  y a evitar que determinados tópicos sociales se convierten en profecías autocumplidas.
Y no solo la adolescencia es una etapa para moldear nuestro cerebro… la vida es un proceso de aprendizaje continuo.
Uno de los secretos de las personas con éxito es que se proponen objetivos y van a por ellos. Creo que ha llegado el momento de impulsar este proceso en educación. No podemos ayudar a nuestros alumnos a ser mejores simplemente enseñándoles a repetir conceptos, debemos ser capaces de educar en el estímulo y utilizar las herramientas del ámbito de la neurociencia para ayudar a superar miedos y poder conseguir así alcanzar esos sueños.
 
“El secreto de la felicidad es simple:
averigua que es lo que te gusta hacer
y dirige todas tus energías en esa dirección.
Si analizas a las personas más felices, saludables y satisfechas de tu mundo,
verás que todas han encontrado cuál era su pasión
y luego se han dedicado a perseguirla.”
Robin Sharma
 
Artículo publicado en INED21