La innovación ha pasado a ser la clave para el crecimiento en nuestra sociedad. Innovación se ha convertido en la nueva palabra de moda.
El ritmo de la innovación es cada vez más rápido. En 1965 la Ley de Moore señalaba que el número de transistores en un circuito integrado debía multiplicarse por dos cada dos años y el precio de los chips caería de forma exponencial. Este planteamiento, que parecía sorprendente en ese momento, quedó obsoleto muy pronto y en 2015 el propio Moore revisó su pronóstico porque el crecimiento que se produjo fue muy superior. Los cambios se desencadenan a un ritmo cada vez más rápido. La innovación es continua, no se detiene.
Hoy, en La Vanguardia, el profesor emérito de ESADE Robert Tornabell nos recuerda que en 2009 la revista ‘Fast Company’ publicó «Nokia domina en mundo» porque suministraba el 40% de los móviles de 1.100 millones de usuarios en 150 países. Pero, en poco tiempo, Nokia perdió su posición de dominio y vió como su plantilla de 150.000 personas se redujo a unos centenares. Si el impacto no fue peor, fue debido a que el país -Finlandia- dispone de la mejor educación del mundo. Ninguna compañía tiene garantizada su superviviencia.
Vivimos entre la fascinación y el miedo por este ritmo de cambios constantes y acelerados. Nos encantan las novedades que nos hacen la vida un poquito más fácil, pero nos asustan las consecuencias que este ritmo de cambio tiene. Una economía competitiva debe basarse en el talento y la innovación, puestos al servicio de la sociedad.
Sin embargo, no todas las novedades pueden considerarse innovación, ni todas las innovaciones serán necesariamente buenas. José Antonio Marina nos lo recordaba en su artículo ‘El mantra de la innovación‘:

Lo cierto es que hay innovaciones perjudiciales. La crisis económica que aún padecemos fue desencadenada por innovaciones financieras destructivas.
Por lo tanto, erigir como norma básica la innovación es una postura completamente estúpida. El concepto importante es «mejora».
José Antonio Marina
 

El mismo Marina nos indica que al hablar de la necesidad de innovar, estamos hablando de la necesidad de aprender a hacerlo y de aprender a utilizar las innovaciones. Esto convierte la gestión de los procesos de aprendizaje en una prioridad social.
El premio Nobel Joseph Stiglitz así lo señala en su libro ‘Creating a learning society’.  “El desarrollo –señala– exige aprender a aprender”. «Crear una dinámica sociedad del aprendizaje tiene muchas dimensiones: los individuos tienen que tener la actitud y la habilidades para aprender;y tiene que haber alguna motivación para hacerlo.»
Friedman y Mandelbaum afirman que “mirando al futuro, estamos convencidos de que el mundo estará cada vez más dividido entre países que tengan, alienten y ayuden a la imaginación y a potenciar los atributos de su pueblo, y aquellos que tengan poca innovación, la supriman o simplemente no puedan contribuir a desarrollar en sus gentes la capacidad de crear, la habilidad de generar nuevas ideas, la posibilidad de poner en marcha nuevas industrias y de potenciar los atributos de su gente”.
La realidad nos demuestra que la innovación de hoy en día está más impulsada por la creatividad de los individuos que por la investigación científica realizada en un laboratorio. Las innovaciones que más impacto han tenido en los últimos tiempos han sido las de productos como el iPhone o servicios como Uber, que no suponen inventar un nuevo producto, ni requieren de nuevas tecnologías, sino que suponen un modo distinto de hacer las cosas. Por ello, la innovación está en manos de todos, no solo de científicos o investigadores.
¿Se puede aprender a innovar?
Si el futuro necesita a personas innovadoras, es evidente que la educación deberá pensar en cómo formar innovadores. Y, en este ámbito, distintos expertos han realizado sus aportaciones.
Dyer, Gregersen y Christensen señalan que el espíritu emprendedor en innovación no es una predisposición genética, sino un esfuerzo proactivo, en el que los emprendedores deben actuar constantemente de manera diferente para poder pensar de forma diferente.
Teresa Amabile, profesora de la Harvard Business School, ofrece un marco de desarrollo de la creatividad y la innovación como resultado del desarrollo de la interrelación de tres elementos:

  • conocimientos técnicos,
  • habilidades de pensamiento creativo, que son las que permiten hacer las preguntas correctas, observar, sentir empatía, colaborar y experimentar,
  • y motivación.

Tom Wagner, director del Laboratorio de Innovación de la Universidad de Harvard ha publicado el libro «Creando innovadores», en el que analiza cómo formar innovadores. Señala que muchos expertos en innovación manifiestan que los millennials constituyen una generación más innovadora que las anteriores, y que presentan muchas diferencias, como que les resulta mucho más interesante Internet como profesor que el que tienen en el aula. Algo sobre lo que pensar. Wagner señala tres claves para crear innovadores:
el juego: como modo de explorar, experimentar e imaginar nuevas posibilidades
la pasión:  es un elemento de motivación intrínseco
– y la persecución de un propósito:  recordando como Daniel Pink señala la importancia de la autonomía, la maestría y la persecución de un propósito como motivaciones básicas humanas.
Las motivaciones intrínsecas los conducen a lograr cosas y a perseverar, a dar sentido a nuestra vida.
El futuro pasa por la innovación. Y formar innovadores pasa por impulsar motivaciones intrínsecas. La innovación es humana.