Todo lo que tienes… es menos probable de lo que crees

 

Cierro una semana especialmente intensa y productiva. Han sido días de trabajo concentrado en la universidad, sesiones de mi programa, planificación del próximo curso… y también de cenas especiales y vida social que, aunque revitaliza, también suma al cansancio acumulado. El ritmo sigue siendo intenso, y el cuerpo empieza a enviar señales claras: es momento de parar. Y esta vez, voy a hacerle caso. Por eso, he decidido tomarme un mes de pausa en la publicación de mis posts. Un descanso necesario para recargar energía, cuidar el equilibrio… y volver con más inspiración, claridad y fuerza.

 

La probabilidad de lo que te rodea

Hoy quiero compartir contigo una reflexión que me acompaña con frecuencia. Tal vez porque tengo una mente analítica —casi obsesionada con entender el “por qué” de las cosas— suelo observar la realidad con una mirada racional, preguntándome cuál es la probabilidad de que ocurran ciertos eventos que damos por hechos.
Y entonces me detengo y me pregunto: ¿te has parado a pensar en lo improbable que es todo lo que te rodea?

 

Piensa un poquito en ello:

¿cuál era la probabilidad de nacer en la familia que has nacido?

¿y la probabilidad de que, en un mundo de miles de millones de personas, conocieras a tu pareja?

¿o la probabilidad de poder trabajar en algo que realmente te gusta?

¿la de tener amigos como los que tienes?

y la probabilidad de tantas otras cosas importantes en tu vida.

 

Sabes que tengo una mente analítica y que creo firmemente en el poder de los datos para ayudarnos a comprender la realidad y situar lo que vivimos en su justo contexto.

Los datos científicos nos ayudan a comprender cómo son de extraordinarias muchas de las experiencias que damos por habituales.

Por ejemplo, en el ámbito de las relaciones personales, un estudio dirigido por Mitja D. Back, de la Universidad de Leipzig, junto a investigadores como Stefan C. Schmukle y Boris Egloff, analizó cómo se forma la atracción interpersonal en contextos reales. Publicado en 2008 en la revista Psychological Science, el estudio demostró que la atracción inicial y el posterior establecimiento de vínculos duraderos no dependen solo de la personalidad o de los intereses comunes, como muchas veces se cree, sino de una combinación compleja de factores como la reciprocidad percibida, la proximidad física (es decir, la posibilidad de coincidir en un espacio compartido), el momento vital de cada persona, y también una cuota significativa de azar.

El experimento se llevó a cabo en el contexto de la bienvenida universitaria a estudiantes de primer año, donde se observó que, tras solo unos minutos de interacción en un entorno estructurado, las primeras impresiones y las afinidades espontáneas eran sorprendentemente influyentes en las futuras relaciones. Así, incluso en espacios cotidianos como una universidad o un evento social, conocer a alguien con quien desarrollas una conexión emocional, intelectual y afectiva profunda es estadísticamente poco frecuente.

Del mismo modo, cuando hablamos de realización profesional, las cifras también invitan a la reflexión. Un estudio ampliamente citado de Wrzesniewski, McCauley, Rozin y Schwartz , desarrollado en la Universidad de Stanford, concluyó que solo alrededor del 20% de las personas experimenta una verdadera conexión vocacional con su trabajo: es decir, lo viven como una fuente de propósito personal, más allá del salario o el estatus. La mayoría se sitúa en un espectro de conformismo o resignación laboral, lo cual resalta lo poco común —y lo valioso— que es sentirse plenamente alineado con lo que uno hace a diario.

Ya lo ves, tanto en lo personal como en lo profesional, lo que hoy forma parte de tu vida no es algo muy probable. Muchas veces es el resultado de múltiples variables improbables que, por alguna razón, han coincidido a tu favor.

 

La vida está llena de casualidades

La vida está llena de casualidades que, combinadas, hacen posible lo que hoy tienes.

Y cuanto más conscientes somos de lo improbable que es todo, más razones tenemos para detenernos, disfrutarlo y agradecerlo.

Así que te propongo algo sencillo, pero valioso:

Reconoce lo difícil que es tener lo que tienes.

Y disfrútalo.

Yo también voy a hacerlo. Me tomaré unas semanas de descanso del blog, porque sé —y aplico— que descansar también forma parte del trabajo bien hecho. Volveré a finales de agosto con energía renovada y nuevas ideas. Hasta entonces, cuida lo tuyo, celébralo, y no lo olvides:

Todo lo que tienes… es menos probable de lo que crees.

Gracias por leerme. 
Feliz verano.

 

 

 

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